Muere Jünger, el «filósofo guerrero»




Muere Jünger, el «filósofo guerrero»

ENRIQUE MULLER/DV.BONN

El escritor alemán Ernst Jünger, autor de una obra monumental pero controvertida, falleció ayer a los 102 años de edad, en Wilflingen, en el suroeste de Alemania. Su muerte provocó un sentimiento de orfandad en las letras germanas. Nacido el 29 de marzo de 1895 en Heidelberg, Ernst Jünger vivía retirado desde hace 40 años en esta pequeña ciudad alemana. Autor de obras como Tempestades de acero, Heliópolis y Sobre los acantilados de mármol, sus libros fueron siempre objeto de controversia ya que, por exaltar la guerra y su pasado como soldado, fue acusado de haber alimentado la ideología nazi. Ernst Jünger combatió en el Ejército alemán durante las dos guerras mundiales, una experiencia que lo marcó. Voluntario en 1914, Jünger vivió el final de la guerra en un hospital, condecorado con la más alta distinción prusiana.

Cuando Ernst Jünger escribió a los 88 años el prefacio de la segunda edición de sus obras completas destacó, con una mordaz ironía, que durante su juventud nunca había pensado, ni tampoco deseado, tener una larga vida. «630 años me parecían una eternidad. Si el demonio me hubiera ofrecido un pacto durante mi juventud, para no vivir un solo día más, habría firmado de inmediato», escribió el anciano.»

Ernst Jünger, ironía de la vida, vivió otros 14 años años más. Ayer, el gran escritor alemán, odiado y adorado por sus compatriotas, murió a los 102 años, rodeado de una aureola misteriosa que fue creciendo a medida que su vida se alargaba. La desaparición del «exaltador de la guerra» como lo bautizó Thomas Mann, pone fin a todo un capítulo de la literatura alemana, controvertido y polemico, porque Jünger, como nadie, despertaba la pasion y la polémica en su país.

Pasión por la guerra

«Nuestro país recordará con orgullo a Ernst Jünger» escribió el canciller Helmut Kohl en un telegrama de condolencia enviado a Liselotte, viuda del escritor. «Son 102 años de testimonio vivo los que se han apagado», escribió Felipe Gonzalez en el Frankfurter Allgemeine, al recordar sus encuentros con el autor.

Cuando Ernst Jünger cumplió cien años, el 29 de marzo de 1995, toda Alemania estuvo pendiente del anciano de pelo blanco, dedicado a su enorme coleccion de insectos y, de vez en cuando, a criticar a los políticos de todos los colores. Porque Ernst Jünger, a lo largo de su agitada vida, siempre fue un provocador y un solitario.

A los 18 años se alistó en la Legión Extranjera para poder descubrir el Africa misteriosa de comienzos de siglo. Esa experiencia le marcó para siempre y le despertó la pasion por la guerra, una pasión que lo haría famoso. Cuando estalló la primera guerra mundial, Jünger fue uno de los prinmeros en alistarse.

A los 25 años Jünger logró imprimir sus recuerdos de la primera guerra en el libro Tempestades de Acero, una glorificación de los horrores de la guerra y que catapultó al joven escritor a la fama y al rango de militante nacionalista. Sus críticos recuerdan que esa novela pavimentó el camino para que los nazis llegaran al poder.

La pasión de Jünger por la guerra lo convirtió en una especie de «filosofo guerrero» entre su pueblo. Esa aura maldita lo persiguió hasta el fin de la segunda guerra mundial, pero Jünger nunca fue una nazi convencido, más bien fue un elitista que rechazó ocupar un asiento en el Reichtsag y que prohibió en 1934 al periódico del partido que publicara sus escritos.

Jünger pasó gran parte de la segunda guerra en el París ocupado, donde frecuentó los salones literarios, fumó opio, perfeccionó su pasión por el champagne, se dejó invitar por los oficiales que comenzaban a revelarse contra Hitler y salvó la vida a cuantos judios pudo. «El uniforme, las condecoraciones y el brillo de las armas, que tanto he amado, me producen repugnacia», anotó Jünger en su diario, al enterarse de la exterminacion de los judios.

«Mi peor experiencia es haber perdido la guerra», dijo el escritor. «Yo prefiero estar cerca de un conservador honesto que al lado de un comunista mentiroso», dijo el escritor comunista Stephan Hermelin al referirse al respeto que le merecía el escritor, cuando cumplió cien años. Casi un epitafio para un hombre que, en 1920, escribió que los soldados podían ser triturados pero jamás vencidos.

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