VANGUARDIA
CULTURA
18/02/98





Jünger --izquierda-- en París, 1943 OPINIÓN

En el bosque dorado

JÜNGER ES probablemente el pensador que más debe a Heidegger. Fue en el invierno de 1939- 1940 cuando el "maestro" lo presentó al comentar a fondo "El trabajador" (1932), escrito como complemento a "La movilización total" (1930). En 1955 completaría esa labor de apoyo con "Sobre la línea", su contribución al homenaje a Jünger. El ajuste terminológico llevado a cabo por Heidegger se convirtió en una elevadísima consideración de la obra de Jünger como una de las reflexiones más lúcidas sobre la técnica y el trabajo. Las novelas filosóficas, en especial "Eumeswil" (1977), insistieron sobre esos planteamientos, aunque con mirada más escéptica.
Jünger había comenzado sus reflexiones en 1932 tomando distancia del concepto marxista de alienación y por eso mismo se acercó, sin apenas proponérselo, al nazismo. Luego, en sus observaciones más teóricas, también más oscuras, como en "La emboscadura" (en realidad, "Der Waldgang", el que anda por el bosque, un bosque imaginario, claro está, un bosque dorado): libro con el que trató de entender el fenómeno de la máquina como un proceso de deshumanización, una idea que dominó el ambiente cultural alemán durante sus años de formación (baste recordar "Metrópolis", de Fritz Lang, o el eco español en Ortega). Tras el clamoroso apoyo de Heidegger, Jünger se hizo más célebre si cabe, y, por tanto, más peligroso para el Estado nazi.
Jünger aireó con fuerza un problema que el siglo no ha sabido resolver: ¿qué hacer con la técnica y con el trabajo a ella vinculado? Unos dicen que el trabajo produce alienación en los individuos (aunque en verdad lo que aliena es la falta de trabajo, el paro); otros, que la técnica es el fin de todo lo humano, el umbral del totalitarismo. No creo que sea una cosa ni otra. Arendt, la discípula más aventajada, sostuvo que el trabajo convertido en "labor" es un principio moral. En esta formulación está el reto del próximo milenio.
Jünger no lo vio así: él era un filósofo del XX, un siglo que acabó en 1998. Descanse en paz él y su siglo: quizás la muerte de ambos nos sirva para liberarnos del gran equívoco que se asienta, según cree mi admirado Alasdair McIntyre, en una irresponsable actitud contra la virtud y el sentido común. J. E. RUIZ-DOMÉNEC

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