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Ramon

El 'Emboscado '

Ernst Junger
      H emos dicho que el Trabajador y el Soldado Desconocido son dos de las grandes figuras de nuestro tiempo. En el Emboscado divisamos una tercera parte, que va apareciendo con una claridad cada vez mayor.

En el Trabajador el principio activo se despliega en la tentativa de imponerse al universo y dominarlo de una manera nueva, en el ensayo de alcanzar proximidades y lejanías no vistas antes por ningún ojo, impartir órdenes a unas energías que hasta este momento nadie había desencadenado.

El Soldado Desconocido está en la zona de sombra de acciones, cual víctima sacrificada que porta cargas en los grandes desiertos del fuego y que es evocada como espíritu bueno y unificador; esta tarea unificadora la realiza no sólo en el interior de los pueblos, sino también entre los pueblos.

Llamamos Emboscado, en cambio, a quien, privado de patria por el gran proceso y transformado por él en un individuo aislado, acaba viéndose entregado al aniquilamiento. Este destino podría ser el destino de muchos y aún el de todos no es posible dejar de añadir, por tanto, una precisión. Y ésta consiste en lo siguiente: el emboscado está decidido a ofrecer resistencia y se propone llevar adelante la lucha, una lucha que acaso carezca de perspectivas. Un emboscado es, pues, quién posee una relación originaria con la libertad; vista en el plano temporal, esa relación se exterioriza en el hecho de que el emboscado piensa oponerse al automatismo y piensa no sacar la consecuencia ética de éste, a saber, el fanatismo.

Si lo contemplamos de ese modo, no dejará de hacérsenos evidente el papel desempeñado por el emboscado no sólo en los pensamientos, sino también en la realidad de estos años que estamos atravesando. Todos y cada uno de nosotros nos encontramos hoy en una situación de coacción, y los intentos de conjurarla se asemejan a experimentos audaces, a experimentos de los cuales depende un destino mucho mayor aún que el de quienes están decididos a correr el riesgo de llevarlos a cabo.

Acciones arriesgadas como esas pueden tener esperanzas de éxito únicamente si les prestan su ayuda, y les abren nuevas vías allí donde no hay salida, las tres grandes potencias: el arte, la filosofía y la teología. Estudiaremos esto con detenimiento. Por ahora anticipemos tan sólo que el tema de persona singular sometida a una batida va ocupando de hecho un espacio cada vez mayor en el arte. Es natural que ese tema resalte de manera especial en la descripción del ser humano que corresponde realizar al teatro y al cine y, ante todo, a la novela. Vemos realmente como está cambiando la perspectiva, pues la descripción de la sociedad que progresa o se descompone va dejando paso a la confrontación de la persona singular con el colectivo técnico y con el mundo peculiar de ese colectivo. Penetrando en sus profundidades, el autor mismo se convierte en un emboscado; la palabra autoría es sólo otro nombre para decir independencia.

Hay una línea recta que lleva de estas descripciones a Edgar Allan Poe. Lo extraordinario de este espíritu está en su economía de medios, ya antes de que se alce el telón escuchamos el motivo conductor, y por los primeros compases nos enteramos de que el espectáculo llegará a ser amenazador. Los personajes, que son sobrios, matemáticos, son a la vez fatídicos; en eso estriba su inaudita fascinación. El Maelstrom es el embudo, es la resaca irresistible hacia la cual atraen el vacío y la nada. El pozo nos presenta la imagen del asedio, el cerco cada vez más angosto; el espacio comienza a reducirse y a empujar hacia las ratas. El péndulo es símbolo del tiempo muerto, susceptible de medición; es la afilada guadaña del Cronos, colgada de él, guadaña que se mueve de un lado para otro y amenaza al prisionero, pero que a la vez lo libera, si éste sabe servirse de ella.

De entonces acá ha ido llenándose de mares y países la apretada cuadrícula que cubre el mapa de la Tierra. Se ha agregado la experiencia histórica. Ciudades cada vez más artificiales, comunicaciones automáticas, guerras entre naciones y guerras civiles, infiernos de máquinas, despotismos grises, cárceles, acechanzas sutiles, todas esas cosas han ido recibiendo un nombre geográfico y ocupan día y noche al ser humano. Vemos a éste meditar, como planificador y pensador audaz, sobre el avance de los procesos y sobre el modo de encontrarles una salida; en las acciones lo vemos como conductor de máquinas, como guerrero, como prisionero, como partisano en medio de las ciudades, las cuales unas veces arden en llamas y otras se iluminan para celebrar fiestas. Vemos al ser humano en el papel de despreciador de valores, en el papel frío calculador, pero también lo contemplamos sumido en la desesperación cuando, en medio de los laberintos, la mirada busca las estrellas.

El proceso tiene dos polos, por un lado, polo del Todo, el cual progresa, en configuraciones cada vez mayores, a través de todas las resistencias. Aquí está el movimiento completo, el despliegue imperial, la seguridad total. En el otro polo vemos a la persona singular; está es el hombre que sufre, y que se encuentra desprotegido, y cuya inseguridad es también total. Ambos polos se condicionan mutuamente, pues es el miedo de lo que vive el gran despliegue del poder, y la coacción adquiere especial eficacia en aquellos sitios donde se ha intensificado la sensibilidad.

El arte se ocupa con esta nueva situación del ser humano; la considera su tema propio y realiza copiosos ensayos en ese sentido; tales ensayos van, sin embargo, más allá de la mera descripción. Constituyen, antes bien, experimentos que apuntan a un objetivo supremo: el de aunar en una armonía nueva la libertad y el mundo. Allí donde esto se hace visible en la obra de arte, no puede por menos de desvanecerse el miedo acumulado, cual se desvanece la niebla al primer rayo de Sol.

Del libro "La Emboscadura" editado por Tusquets.









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