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Miércoles, 18 de febrero de 1998
Ultima actualización: 06:04

Se apaga todo un siglo de lucidez

El escritor alemán Ernst Jünger fallece cuando estaba a punto de celebrar su 103 cumpleaños

GEMMA CASADEVALL
CORRESPONSAL

BERLIN.- Finalmente ocurrió. Wilflingen, una población suaba de 360 almas, tendrá que prepararse de nuevo para el desembarco de equipos de televisión y resto de la prensa que año tras año estorbaban temporalmente su paz. Casi siempre, coincidiendo con el 29 de marzo, cumpleaños de Ernst Jünger, y como para verificar que el mayor escritor "aún vivo" en lengua alemana seguía en pie. Esta vez, la visita llegará con algo más de un mes de adelanto. Pero será la última.

Alemania ha necesitado casi 78 años para perdonar a Ernst Jünger ese "pecado de juventud" llamado Tempestades de acero. A punto de cumplir los 103 años, su nombre seguía siendo un hueso difícil de roer para buena parte de la intelectualidad germana. La noticia de su muerte, certificada como natural por las autoridades locales de Wilflingen, desató comunicados con aire de acto de Estado por parte de Helmut Kohl y el presidente de la República, Roman Herzog.

El canciller alemán, admirador de Jünger incluso cuando muchos seguían sin tenerlo claro, no tuvo que buscar demasiado para encontrar la frase clave de su homenaje póstumo. Jünger ha sido uno de los "grandes escritores y una de las personalidades del siglo", en palabras de Kohl. Algo que suena a trivial, pero que en este caso es absolutamente exacto.

En un telegrama enviado a la viuda, Kohl elogia el dominio de la lengua y maestría de Jünger, su independencia de pensamiento incluso en las "horas más oscuras de la Historia alemana" y la valentía con que optó por caminos incómodos. Para el canciller, las conversaciones mantenidas con Jünger, solo o en companía de otro gran amigo, el presidente francés François Mitterrand, se incluyen en el capítulo de experiencias imborrables de su biografía.

TALLA INTERNACIONAL.- Rolf Hochhuth, dramaturgo de la escuela brechtiana, a pesar de sus profundas disidencias con el sucesor oficial, Heiner Müller, aportó el grano de arena algo más tremendista. Para Hochhuth, con Jünger se va el único escritor alemán de talla realmente internacional de este siglo.

Por su parte, Gustavo Villapalos, consejero de Educación y Cultura de la Comunidad de Madrid señaló a Efe que "la muerte de Jünger significa la pérdida del último gran testigo del siglo XX".

Lo cierto es que Jünger, incómodo y hasta perseguido por sus compañeros de profesión por esas Tempestades de acero escritas en 1920, nunca consiguió librarse de la estigmatización de "viejo nazi". De poco sirvió que, en 1939 se buscase problemas con el III Reich con una novela, Sobre los acantilados de mármol, que le costó la apreciación de "enemigo del régimen". Tampoco que un marxista a prueba de suspicacias como fue el también centenario Bertolt Brecht le defendiera incluso desde el otro lado del Muro, el comunista, como el gran lúcido escritor que fue.

Su rehabilitación doméstica no empezó hasta que el vecino francés se encargó de afear la conducta de los compatriotas de Jünger. Hizo falta que un socialista como Mitterrand le visitara en Wilflingen en 1985 para que, por lo menos institucionalmente, se le rescatase del purgatorio.

A partir de ahí, todo fue más fácil para todos, menos para la población de esta localidad suaba que Jünger convirtió en refugio casi privado hace más de 40 años. De repente, el canciller Kohl podía presentarse sin más apuros del brazo de ese anciano formidablemente en forma y aún lúcido.

Su centenario, en 1995, adquirió aires de acto de Estado, con Kohl y Herzog entre quines no dudaron en felicitarle. Al año siguiente, la cordura de Jünger le llevó a optar por recogerse. Los 102 años los cumplió de nuevo en la intimidad, susurrándole las últimas memorias a su esposa Liselotte y hablándole tiernamente a su tortuga, aparentemente también centenaria, Hebe.

EL ULTIMO TOMO.- Los vecinos de Wilflingen han actuado como perfectos cómplices en todos estos años. Cuando a su vecino más ilustre le daba por celebrar cumpleaños por todo lo alto se vestía de gala. Cuando optó por el retiro casi absoluto, se retraía con él.

De Jürgen publicó su editor alemán Klett-Cotta hace unos meses el último tomo de sus memorias, Siebzig verweht -Setenta años disipados-. Pasada la barrera de los 101, Jünger seguía dictando a Liselotte los últimos retazos de su memoria. Aseguraba fumarse aún algún Dunhill y acompañaba a su vecino, el baron Schenk von Stauffenberg, en eso de tomarse una cerveza.

"Me encuentro bien. Leo con gran satisfacción la prensa diaria. Especialmente, las esquelas. Nunca hay ninguna de alguien nacido en el mismo año que yo". Se supone que la frase es suya, pronunciada en su último cumpleaños, en marzo del pasado año.

Obituario en pág.4


Preguntas y respuestas en torno a unas jarras de sangría

 

JUAN ANGEL JURISTO

MADRID.- Aquel verano del 95, en El Escorial, el protagonista fue Ernst Jünger. Pronunció el discurso de apertura de los cursos, fue condecorado por Gustavo Villapalos y se dieron seminarios en torno a su figura. Pocas horas antes, Fanny Rubio nos convocó a un grupo de periodistas en un restaurante escurialense para debatir con él. Nos sentamos en torno a unas jarras de sangría, entre platos de morcilla, chorizo y tortilla de patatas. Acababa de cumplir entonces Jünger la centena. Después de la presentación se nos invitó a hacer preguntas.

Y aquí empezó la frustración para los periodistas, pues no hacía falta ser un lince para darse cuenta de que, mientras nosotros preguntábamos por cuestiones de antes de ayer como quien dice, Jünger contestaba contemplando el mundo por centenas de años, única manera de transmitir experiencias y no opiniones. De ahí que pareciera que las respuestas no eran contestadas, cuando en realidad eran sobrepasadas. Así, ante la pregunta sobre amigos de su juventud, como Niekish, Jünger hablaba de Sorel y Blanqui y, con toda naturalidad, nos habló del Espíritu de los Tiempos y de su confrontación con el nihilismo. En fin, estábamos, y no sé si éramos conscientes de ello, con uno de los pocos testigos del siglo. De ahí la sensación de lejanía que a algunos les produjo, cuando, en realidad, era él el que más estaba.

Y de esta guisa siguió la rueda de prensa, con preguntas sobre el fundamentalismo islámico, sus relaciones con Heidegger, con Gide, con los diversos Jünger que había sido a lo largo de su vida, con buena parte de aquellos que conformaron la cultura del siglo, y el escritor, con una vocecilla a la que le sobraba aliento, contestaba de buena gana, aunque sin perder nunca de vista la compostura y el ejemplo de Goethe. Fui consciente del favor que se me había hecho para asistir a un debate con el escritor, pues sabía que con él se perderían las huellas de algo que ya sólo sabemos por los libros. Al final, algo cansado ya de dos horas de suculenta cena y decenas de preguntas, firmó algunos ejemplares de sus libros y se retiró a descansar. Era casi medianoche. Sé que los ajetreados días posteriores le dejaron tiempo para escribir, comer cochinillo en Segovia y visitar Avila.