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Ernst Jünger, el 'filósofo guerrero' alemán, muere a los 102 años de edad

El polémico escritor pasó de adorar la guerra a despreciar la contienda bélica



ENRIQUE MÜLLER CORRESPONSAL. BONN

Cuando Ernst Jünger escribió, a los 88 años, el prefacio de la segunda edición de sus obras completas destacó, con mordaz ironía, que en su juventud nunca había pensado ni tampoco deseado tener una larga vida. «Treinta años me parecían una eternidad. Si el demonio me hubiera ofrecido un pacto durante mi juventud, para no vivir un solo día más, habría firmado de inmediato», escribió. Pero, ironías de la vida, Jünger, el gran escritor alemán, doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco, murió ayer a los 102 años, rodeado de una aureola misteriosa.

La desaparición del «exaltador de la guerra», como le bautizó Thomas Mann, pone fin a todo un capítulo de la literatura alemana controvertido y polémico porque Jünger despertaba como nadie la pasion y la polémica. «Nuestro país recordará con orgullo a Ernst Jünger», afirmó el canciller Helmut Kohl en un telegrama de condolencia enviado a Liselotte Jünger, viuda del escritor. «Son 102 años de testimonio vivo los que se han apagado», escribió Felipe González en el Frankfurter Allgemeine, al recordar sus dos encuentros con el escritor.

Cuando Jünger cumplió cien años, el 29 de marzo de 1995, toda Alemania estuvo pendiente del anciano de pelo blanco, dedicado a su enorme colección de insectos y, de vez en cuando, a criticar a los políticos de todos los colores. Porque a lo largo de su larga y agitada vida, siempre fue un provocador y un solitario. A los 18 años se alistó en la Legión Extranjera para descubrir el Africa misteriosa de comienzos de siglo. Esa experiencia le marcó para siempre y le despertó la pasion por la guerra, una pasion que le haría famoso. Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, Jünger fue uno de los prinmeros en alistarse voluntario.

A los 25 años, logró imprimir sus recuerdos bélicos en el libro Tempestades de acero, una glorificación de los horrores de la guerra que catapultó al joven escritor a la fama y al rango de militante nacionalista. Sus críticos recuerdan que esa novela pavimentó el camino para que los nazis llegaran al poder. La pasión de Jünger por la guerra le convirtió en una especie de filósofo guerrero y ese aura maldita le persiguió hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial. Pero Jünger nunca fue un nazi convencido, más bien fue un elitista que rechazó ocupar un asiento en el Reichtsag y que prohibió, en 1934, al periódico del partido que publicara sus escritos.

Jünger pasó gran parte de la segunda guerra en el París ocupado, donde frecuentó los salones literarios, fumó opio, perfeccionó su pasión por el champagne, se dejó invitar por los oficiales que comenzaban a rebelarse contra Hitler y salvó la vida a cuantos judíos pudo. «El uniforme, las condecoraciones y el brillo de las armas, que tanto he amado, me producen repugnancia», anotó Jünger en su diario al enterarse de la exterminación de los judíos. «Yo prefiero estar cerca de un conservador honesto que al lado de un comunista mentiroso», dijo el escritor comunista Stephan Hermelin al referirse al respeto que le merecía Jünger cuando cumplió cien años. Casi un epitafio para un hombre que, en 1920, había escrito que los soldados podían ser triturados pero jamás vencidos.


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